jueves, 9 de mayo de 2019

CUENTO

    Érase una vez una playa solitaria por la que yo iba paseando en una bonita mañana de verano. Era una playa con su brisa, sus olas, su arena y todo lo que una playa decente ha de tener en una bonita mañana de verano. 
    Caminando, caminando, caminando por la orilla encontré a una chiquilla de pie entre las olas. Tenia la piel pálida, los cabellos dorados, un vestido blanco y un lazo verde.

    De sus ojos, el color no recuerdo.


    —Hola, chiquilla.
    —Hola señor. Por favor, ¿puede ayudarme?
    —¿Qué te sucede?
    —Mi vestido se ha enganchado en la espuma del mar y no puedo caminar.
    —Pero eso es imposible.
    —¿Por qué?
    —Porque la espuma del mar es efímera, suave y hueca; líquida, esponjosa y etérea. Tu vestido no se puede enganchar en la espuma del mar.
    Ella me miró, parpadeó dos veces y luego me sonrió.
    —¡Ahí va! Tiene razón, señor, lo había olvidado.
    Y con dos pasos la chiquilla salió del agua.
    —Gracias señor, ha sido muy amable. Si no es por usted el mar se me hubiera llevado. El mar quiere casarse conmigo y a veces me engaña para que me quede con él. ¿Qué puedo hacer para agradecérselo?
    —Me gustaría peinar tus cabellos.
    —¿Por qué?
    —Porque están enredados.
    —Muy bien. ¿Tiene un cepillo?
    —No.
    —Entonces yo le haré uno.
    Y la niña, que ya no era una chiquilla, tomó dos algas de la orilla, se quitó una pestaña, le robó el canto a una gaviota que por allí pasaba y mezcló un puñado de arena seca y otro de arena mojada.
    —Señor, aquí tiene.
    —Gracias.


    La muchacha, que ya no era una niña, se sentó en la orilla mirando al mar y mientras yo peinaba sus cabellos con un cepillo hecho con dos algas, una pestaña, el canto de una gaviota y dos puñados de arena, cantaba, y su canto me llenaba de imágenes. Imágenes de cosas que fueron y de cosas que nunca serán, de cosas que quizás sean y otras que quizá nunca fueron. Imágenes que a veces olvido que las olvidé.
    Pues la joven, que ya no era una muchacha, cantaba historias; cantaba historias y eran todas hermosas: historias de amor o de atrocidades llenas de dolor, de amistad y crueldad; de muerte, pena o alegría, pero todas hermosas, porque todas las historias vienen de las personas que una vez vivieron y la vida es hermosa.


    Y al terminar de cantar, la chiquilla que fue niña que fue muchacha que fue joven y ahora es una mujer, se puso en pie y me quitó el cepillo con suavidad.
    —Señor, he de irme. Mis hermanas me esperan y no quiero que el mar me vuelva a mentir.
    —¿Cómo te llamas?
    —Calíope.
    —¿Te volveré a ver?
    —No. Pero dentro de ti está mi canción y quizás algún día en ella me recuerdes, pues ahora has de olvidar.
    —¿Olvidar? ¿Acaso he de olvidarte? Eso nunca lo haré, porque me he enamorado un poco de ti.
    —Sí lo harás. Me olvidarás. Has de hacerlo, es la Ley: el mar me ha vuelto a engañar, me dijo que cantase las canciones de los vivos y a los vivos no se les pueden cantar sus canciones. Él me confundió y por eso me debes olvidar.
    —Pero no quiero hacerlo.
    Ella me miró en silencio durante un rato, pensando. Al cabo dijo:

    —De acuerdo, me recordarás, pero has de saber que a cambio olvidarás la canción con las historias de los vivos que aquí te canté confundida por el mar.
    —Eran historias muy bellas, pero tú lo eres más.
    Y Calíope me sonrió:
    —Gracias señor. Ahora olvida.


    Y rompió el cepillo con sus manos y al romperlo las historias se alejaron de mí.

    —Calíope, ya no recuerdo la canción.
    —Así ha de ser.
    —Pero te recuerdo a ti, te recuerdo cuando eras niña y te liberé del mar, y no he olvidado cómo hiciste el cepillo.
    —Así lo he querido.


    Y se dio la vuelta, se alejó de la orilla y caminando, caminando, caminando volvió a ser una chiquilla.




(Publicado originalmente el 2 de Diciembre de 2008 en DeviantArt)

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